4 de agosto de 2021

MILTON FRIEDMAN, EL LIBERAL

 

Independientemente de los esfuerzos que realizó Milton Friedman por caracterizar sus contribuciones con la objetividad de un científico, tanto en vida como en la actualidad, es identificado por colegas, y también por críticos, con la ideología liberal. Friedman creía en los mercados libres y desconfiaba del Estado. Compartía con los miembros de la Mont Pelerin Society —a la que pertenecía— ciertos principios básicos en favor de la libertad individual, la economía de mercado, la propiedad privada y el gobierno limitado. Friedman luchó, en definitiva, por la “libertad de elegir” de los individuos. 

Para ser más precisos, Friedman pensaba que la propiedad privada es la base del intercambio, la justicia y el progreso en la sociedad. Defendía el "laissez faire" capitalista y creía en la mano invisible de Adam Smith, en el sentido de que acciones individuales, aun cuando pueden ser egoístas, maximizan tanto el bienestar individual como el de la sociedad. Fue crítico de Marx y de las doctrinas marxistas de la explotación, así como de las nociones anticapitalistas. Defendió el libre comercio, la política de libre inmigración y la globalización. Luchó por la eliminación de barreras que impiden en ciertos países el ingreso de bienes y servicios, capitales y personas. Se opuso a los controles de cambio, a los controles sobre precios, rentas y salarios, incluyendo el salario mínimo. Creía en limitar al gobierno y en tal sentido propuso la privatización, la desregulación y la desnacionalización. Se opuso al Estado de bienestar y a los privilegios especiales. Rechazó la planificación central socialista y todas las formas de totalitarismo. Reconoció que cierta desigualdad entre los habitantes del pueblo es inevitable, pero sabía que los principios de la economía de mercado podían terminar con la pobreza. 

Defendió la igualdad ante la ley, para el rico y para el pobre. Refutó al keynesianismo y explicó los errores de aquellos marxistas que piensan que el capitalismo es inherentemente inestable y que requiere del gobierno para estabilizar la economía. Se opuso al déficit fiscal y a los impuestos progresivos y defendió las alternativas del mercado libre sobre la educación y la salud. Pero, sobre todo, Friedman fue —tanto por sus trabajos teóricos como empíricos— el mayor enemigo de la inflación, a la que definía como “un impuesto sin legislación”. Y no digo esto solo por su trabajo académico. Friedman se involucró, viajó a muchos países y conversó con mandatarios. 

En algunos países incluso fue escuchado, convirtiéndose en un actor principal de su política económica, como por ejemplo en Chile. Las bases económicas de la recuperación de Chile fueron tan fuertes que incluso los gobiernos socialistas posteriores las mantuvieron en su esencia, constituyendo a Chile como un ejemplo a seguir por el resto de los países latinoamericanos que quieran alcanzar un desarrollo sustentable. Chile presenta hoy una moneda sana y estabilidad; una economía abierta, insertada en el mundo; equilibrio fiscal y un nivel de gasto público que no llega al 20 por ciento del PIB; un sistema de pensiones privatizado que es un ejemplo para el mundo, y que le ha permitido a sus trabajadores retirados disfrutar de mejores pensiones y a la economía disfrutar de un mayor ahorro que sustenta las inversiones de mediano y largo plazo. Milton Friedman expone lo que considera la única causa de la inflación: “la inflación es siempre y en todas partes un fenómeno monetario” en el sentido de que es y solo puede ser producida por un aumento más rápido de la cantidad de dinero que de la producción. Friedman contrasta empíricamente dicha hipótesis sobre una serie de países. Tal es el caso de Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña y Japón, en cada caso para el período 1964-1973. 

Sin embargo, Friedman no se limita únicamente a mostrar la evidencia, sino que se pregunta también por qué las autoridades monetarias incurren en estos excesos monetarios. Y encuentra tres respuestas que vale la pena mencionar. Primero, y esto es algo que viene de siglos atrás, los gobiernos, obligados a gastar,no se atreven a elevar abiertamente las cargas impositivas. Por ello recurren al impuesto inflacionario que es encubierto. Segundo, porque desde Keynes en adelante, los gobiernos asumen la responsabilidad de alcanzar el pleno empleo. Esto es un fenómeno cultural que será difícil cambiar. Tercero, por las erróneas políticas monetarias que aplica la banca central, creyendo también desde Keynes que le cabe a la autoridad monetaria controlar científicamente las variables monetarias, y en particular los tipos de interés. 

Pasando ahora al remedio, Friedman acierta en señalar que “la única forma de acabar con la inflación estriba en no permitir que el gasto público crezca tan rápidamente”. Y es que generalmente la inflación proviene de “monetizar el déficit fiscal”. Ahí es donde el problema de la inflación deja de ser un asunto técnico, para pasar a ser un problema político.

 

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