17 de mayo de 2023

EL ESPAÑOL

LA SEGUNDA LENGUA MÁS HABLADA DEL MUNDO

Todas nuestras lenguas son lenguas españolas: vasco, gallego, catalán, etc. Pero solo una de ellas terminaría siendo el español por antonomasia: el castellano, un dialecto del latín que asomó la cabeza hacia el siglo X, se extendió por la península y acabaría siendo la lengua general de España. Y de otros muchos sitios más. Hoy, en el siglo XXI, mil años después de su primera aparición escrita, el español es la segunda lengua del mundo por hablantes nativos, es decir, de lengua materna: alrededor de 480 millones de personas han nacido en español, y otros cien millones lo hablan o lo estudian. Los españoles somos solo el 10 por ciento de sus hablantes. El nacimiento y expansión de nuestro idioma es uno de los grandes hitos de la historia de España.

¿Cómo empezó todo? ¿Cómo empezó a hablarse castellano? Vamos a situarnos en la España de los visigodos: hacia el año 600, por ejemplo. La lengua que habla la gente, desde las aldeas hasta los palacios, es el latín. Un latín, no obstante, que ha empezado a cambiar. Primero, de manera imperceptible, alterada por usos locales; después, de manera más notable, por los germanismos que introducen los godos. ¿Cómo era ese latín que empezaba a alterarse? No lo podemos saber: la lengua culta seguía siendo el latín clásico, de manera que los testimonios escritos de esa época difieren poco de los siglos anteriores. Los filólogos creen poder identificar, en este o aquel autor, giros donde ya se va viendo el cambio, pero, para los no especialistas, es misión imposible. Lo que sí sabemos es que el latín iba evolucionando de manera distinta en cada sitio. Nacen así diferentes formas romances, que es como se llama a los dialectos populares surgidos de la vieja lengua romana. ¿Cuántas formas romances? Muchas. Y este es un momento fascinante para el historiador, una de esas situaciones en las que cualquier cosa habría sido posible. Podemos imaginárnoslo de la siguiente manera: estamos asistiendo al nacimiento de una planta y no sabemos cómo va a ser. Toynbee define esos momentos como «crisálidas». Y esa era la situación de nuestra lengua hacia los siglos VIII y IX: una crisálida. Algo estaba naciendo, pero nadie podía saber qué saldría de allí.

EL MOMENTO CRISÁLIDA DEL CASTELLANO

A la altura de los siglos X y XI, cualquier otro dialecto hubiera podido acabar siendo el español por antonomasia. El romance que se hablaba en el área de Galicia, León y Asturias era diferente del que se hablaba en el Pirineo aragonés, y este, a su vez, era distinto del que se hablaba en el Pirineo catalán; todos ellos eran distintos del que se hablaba en la España bajo dominación musulmana. Además había otra lengua autóctona, el vascuence, que no era romance, es decir, no venía del latín, y que se hablaba —fragmentada en dialectos distintos— en un área extensa del norte: parte de Navarra, Vizcaya, Guipúzcoa, parte de la Rioja. Cada una de las formas romances dará lugar después a otras lenguas dialectales del latín: el gallego, emparentado a su vez con el asturleonés; el aragonés, que solo sobrevivirá en un área limitada de la provincia de Huesca; el catalán, que es un dialecto romance emparentado con el dialecto provenzal del sur de Francia…El romance castellano será el que predomine como lengua popular y, pronto, incluso como lengua culta.

Durante mucho tiempo se ha aceptado que las primeras palabras escritas en romance castellano son las anotaciones de un monje en un glosario del monasterio riojano de San Millán de la Cogolla. Hemos de viajar en el tiempo y situarnos en algún momento entre los años 970 y 1050. Al monasterio ha llegado un códice del reino de Pamplona; hoy lo conocemos como Códice 60. El manuscrito contiene unas vidas de santos, una Pasión y misa de los santos Cosme y Damián, y un libro de sentencias y sermones de san Agustín. Sobre ese manuscrito, que está en latín, dos monjes añaden algunas notas para hacer más comprensible el texto original. Dicen así:

Cono aiutorio de nuestro dueno dueno Christo, dueno salbatore, qual dueno get ena honore et qual dueno tienet ela mandatione, cono patre, cono spiritu sancto enos sieculos de lo sieculos. Facamus Deus Omnipotes tal serbitio, fere ke denante ela sua face gaudioso segamus. Amen.

Traducido al castellano actual: «Con la ayuda de nuestro Señor Don Cristo Don Salvador, Señor que está en el honor y Señor que tiene el mandato con el Padre con el Espíritu Santo en los siglos de los siglos. Háganos Dios omnipotente hacer tal servicio, que delante de su faz gozosos seamos. Amén».

Por cierto que en ese mismo documento aparecen también las primeras palabras escritas en vascuence. Decían así: «Izioqui dugu / guec aiutu ez dugu», que quiere decir algo así como «Hemos sido salvados / nos se nos ha dado ayuda».
Respecto a las glosas en romance, ¿era esto ya castellano? No exactamente. Aún estamos en el momento crisálida. Es un protorromance con elementos de dialectos riojano, navarro, aragonés, castellano, leonés; pero aquí están ya todos los rasgos que se convertirán en el castellano. Menéndez Pidal vio aquí el origen de nuestra lengua. Y durante mucho tiempo se pensó que estas eran las primeras palabras escritas en romance. Pero hoy, después de las investigaciones de los hermanos García Turza, sabemos que no, que hay inscripciones aún anteriores. En San Millán, además de ese Códice 60, hay otro, el 46, que es todavía anterior. El Códice 60 sería de mediados del siglo XI. Este otro sería del siglo X. Es curioso, porque estos textos, al principio, eran tomados simplemente como un latín mal escrito, un latín chapucero: ha hecho falta un estudio más detallado para verificar que no era latín malo, sino romance castellano o leonés. Es el caso de ese Códice 46 que citábamos, descubierto por los hermanos García Turza: una especie de diccionario enciclopédico con veinte mil artículos de la A a la Z, con origen en San Millán de Suso y fechado el 13 de junio de 964. Otro de los abuelos más viejos de nuestro idioma es un texto bastante divertido: «La noticia de quesos», que procede de un monasterio de León y que es del año 980. En ese año, el monje encargado de la intendencia, minucioso, toma nota de los quesos consumidos. Sonaba más o menos así:

Nodicia de / kesos que / espisit frater / Semeno: In Labore / de fratres. In ilo bacelare / de cirka
Sancte Iuste, kesos V; In ilo alio de apate, II kesos; en que puseron ogano, / kesos IIII; In ilo / de
Kastrelo, I; / In Ila Vinia maIore, II; que lebaron en fosado, II,/ ad ila tore; que baron a Cegia, II
quando la taliaron Ila mesa; II que / lebaron LeIone; (…) alio ke leba de sopbrino de Gomi / IIII
que espiseron quando llo rege venit ad Rocola; / I, qua Salbatore Ibi / uenit.


O sea: «Noticia de los quesos que gastó Jimeno, monje del monasterio de los Santos Justo y Pastor de Rozuela: en el bacillar o majuelo próximo a San Justo, cinco quesos; en el bacillar del abad, dos quesos; en el que plantaron este año, cuatro quesos; en el Castrillo, un queso; en la viña mayor, dos quesos; dos que llevaron en fonsado a la torre; dos que llevaron a Cea cuando cortaron la mesa; (…) otro queso que lleva el sobrino de Gómez; cuatro que gastaron cuando el rey vino a Rozuela; y uno, cuando vino Salvador».
Mientras en el norte de España comían queso a mansalva y tomaban cuidadosa nota en lengua romance, en el sur, bajo la dominación musulmana, también se empezaba a escribir en algo que sería después castellano: son los textos de las jarchas. Estamos entre los siglos X y XI. En la España musulmana la gente no ha dejado de hablar el latín popular. Y la lengua se ha mantenido hasta el extremo de que empiezan a aparecer, como cierre o estribillo de poemas árabes y judíos, pequeñas cancioncillas en lengua romance. Eso son las jarchas. Si el descubrimiento de las glosas de San Millán fue muy reciente —a principios del siglo XX—, el de las jarchas
también es de anteayer: es en 1945 cuando un inglés de origen judío, S. M. Stern, repara en ellas. Hoy son bien conocidas. ¿Cómo sonaban? Más o menos como esta del siglo XI:

Ben, sidi, beni!
El qerer es tanto beni
d’est ‘az-zameni
kon filio d’Ibn ad-Daiyeni.


Que quiere decir: «Ven dueño mío ven! / El poder amarnos es un gran bien / que nos depara esta época tranquila / gracias al hijo de’Ibn ad-Daiyan».

Y LA CRISÁLIDA SE HIZO LENGUA

Y así se va formando en España algo que ya es una lengua propia, hija del latín, pero distinta de él. A partir del siglo XIII empiezan a aparecer los primeros textos literarios escritos ya en romance; hasta entonces se escribía
solo en latín, ahora se escribirá también en algo que empieza a ser castellano. Un ejemplo eminente es el sacerdote riojano Gonzalo de Berceo, de San Millán de la Cogolla, hacia 1230. Es muy importante porque es el primer autor que escribe en romance y firma con su nombre. A él se debe la célebre copla 2 de santo Domingo, toda una declaración de intenciones:

Quiero fer una prosa en román paladino, / en cual suele el pueblo fablar con su vezino, / ca non
so tan letrado por fer otro latino; / bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino.


Al buen cura ya casi se le entiende todo. Lo mismo pasa con otro gran texto de ese siglo XIII, el primer cantar de gesta español: el Poema de Mío Cid. La copia más antigua es de 1307 y la firma Per Abbat, un clérigo del que solo sabemos que era buen músico y poeta. El hecho es que esta lengua castellana del poema del Cid ya es muy reconocible para nuestros oídos:

Mio Çid Ruy Diaz por Burgos entrava,
en su compaña .lx. pendones levava.
Exien lo ver mugieres e varones,
burgeses e burgesas por las finiestras son,
plorando de los ojos tanto avien el dolor.
De las sus bocas todos dizian una razon:
¡Dios, que buen vassalo! ¡Si oviesse buen señor!


Y al siglo XIII pertenece también otro de los grandes autores de este venerable romance: Alfonso X el Sabio. El rey poeta es muy interesante porque escribe lo mismo en romance castellano que en romance gallego; aún
no hemos dejado del todo el momento crisálida: el castellano todavía podía tomar un camino distinto. Así esta frase que aparece en su Grande e General Estoria:

El Rey faze un libro, non porque el escriba con sus manos, mas compone las razones, e las
enmienda, et yegua, e enderesça, e muestra la manera de cómo se deben fazer…


En el siglo siguiente, el XIV, el idioma se va afinando. Ya es común encontrar textos literarios en castellano. Todos bastante inteligibles para nosotros, hoy. Aquí está este de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, entre principios y mediados del siglo XIV:

Como dize Aristótiles, cosa es verdadera,
el mundo por dos cosas trabaja: la primera,
por aver mantenençia; la otra cosa era
por aver juntamiento con fenbra plazentera.
Si lo dexiés de mío, sería de culpar;
dizelo grand filósofo, non só yo de rebtar:
de lo que dize el sabio non devemos dubdar,
ca por obra se prueva el sabio e su fablar.


Menos picarón, y literariamente monumental, es otro gran autor del siglo XIV, el infante don Juan Manuel, que escribe el libro de El conde Lucanor, libro de ejemplos con ánimo moralizante: «Et entendiendo don Johan que estos exiemplos eran muy buenos, fízolos escribir en este libro, et fizo estos viessos en que se pone la sentençia de los exiemplos. Et los viessos dizen assí…». Y lo que dicen los viessos, es decir, los versos, es lo que el
lector tiene que recordar como ejemplo moral.
A estas alturas el castellano es ya la lengua romance más extendida por la península. La Reconquista ha coadyuvado a su extensión, pero nos equivocaríamos si pensáramos en que es una lengua impuesta militarmente. El castellano se impone por razones sociales y culturales, porque es una lengua cómoda, porque las leyes fonéticas y léxicas sobre las que se ha ido formando son como las que han seguido los dialectos romances en otros lugares de la península. En la Corona de Aragón, por ejemplo, se habla el castellano igual que se habla el valenciano y el catalán: de manera espontánea. Y en Navarra, entre las zonas donde se habla aragonés, o vascuence y, por otro lado, algo parecido al francés, va imponiéndose también el castellano por la fuerza del uso. Es la gente del pueblo —y la de la corte— la que convierte el castellano en lengua de intercambio, vale decir, en lengua general del país.

Al alba del siglo XV, la lengua castellana es ya sinónimo de lengua española por antonomasia: sencillamente, es la más hablada y actúa como lengua franca para los españoles que hablan otras lenguas romances. Será ese
idioma el que viaje con las carabelas a América y se extienda por todo el continente. Allí será también lengua franca para los amerindios. Pero a este castellano que surge lentamente desde el fondo romance le faltaba todavía algo: le faltaba una ley, unas normas que le dieran homogeneidad, que lo hicieran igual en todas partes, que sentaran la forma correcta de escribirlo. Y esa va a ser la tarea de uno de los grandes talentos de la Historia de España: el gramático sevillano Antonio de Nebrija. Pero de eso hay que hablar aparte, porque es otro de los grandes hitos de nuestra Historia: en España nació la primera gramática de una lengua moderna.

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